Comentario
La crisis financiera internacional de 1873 repercutió seriamente en América Latina y como consecuencia de la misma muchos países llegaron a la suspensión de pagos y la cotización de los bonos de los países deudores cayó en picado. Los banqueros británicos se negaron a negociar nuevos empréstitos mientras permanecieran esas condiciones. En algunos países, como Perú y los de América Central, la crisis condujo a la recesión y tras la suspensión de pagos, las dificultades para conseguir dinero fresco en los mercados internacionales fueron enormes. En otros, pese a las dificultades, no se llegó a la bancarrota y la recuperación fue más rápida. De todas formas, la negociación con los bancos extranjeros y los tenedores de los bonos fue lenta y complicada, y los Estados más ricos y de mayor dimensión, como Argentina, Brasil o México, estaban en condiciones de negociar desde una postura más ventajosa.
A fines de la década, y especialmente en la década de los 80, las exportaciones recomenzaron su camino ascendente y de este modo las economías se expandieron. Ante el optimismo que se vivía se abandonó la situación cautelosa de los años anteriores frente al endeudamiento externo y volvieron a contratarse empréstitos en los mercados financieros internacionales. La negociación fue muy selectiva y dos países (Argentina y Uruguay) recibieron el 60 por ciento del total de los empréstitos negociados en los años 80. La gran liberalidad argentina a la hora de contratar créditos se iba a dejar sentir en los desastrosos efectos que la crisis de 1890 tuvo sobre su economía, y no sólo en el sistema monetario y financiero. También hay que considerar la recesión, los apuros de las haciendas públicas en sus distintos niveles y el aumento en el número de quiebras. Una de las consecuencias que la larga renegociación de la deuda tuvo para la política argentina fue que el gobierno central se hizo cargo de las deudas de las provincias y ayuntamientos. De este modo, al concentrar el gobierno el poder financiero en sus manos se dio un golpe muy fuerte a las tendencias federalistas imperantes en el país desde la emancipación.
En 1914 los gobiernos latinoamericanos tenían deudas en los mercados internacionales por un valor superior a los 2.000 millones de dólares. La mitad correspondía a empréstitos contratados en el siglo pasado, que aún se seguían pagando, y el resto a nuevos empréstitos negociados durante el auge crediticio que se extendió de 1904 a 1914. Después de la guerra, y más concretamente entre 1921 y 1928, la mayoría de los países latinoamericanos entró en una verdadera vorágine crediticia. En esos años se emitieron 50 empréstitos nacionales, 40 provinciales y 25 municipales, por un valor cercano a los 2.000 millones de dólares. Brasil fue el país más endeudado en todos estos años, con 600 millones de dólares. También aumentaron considerablemente sus riesgos Argentina, Chile y Colombia. En términos per cápita, los países más endeudados fueron Cuba, Bolivia y Uruguay.